Let the music play...

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Nací en Iquitos, en una casa con techo de calaminas y gatos ladrones. Fui un muchacho tranquilo, a pesar de Alan García y el acné. Estudié Derecho para tener acceso a la biblioteca de mi universidad. El periodismo me descubrió oficios decentes en medios escritos. He participado como columnista, ensayista, narrador cronista y analista de diversas publicaciones (muchas más de lo que merezco y debería). He trabajado en todo lo que cayó para parar la olla: promotor cultural, coordinador de eventos, negro literario, conferencista, organizador de semanas turísticas, comentarista radial, jurado de concursos de belleza, editor de videoclips, libretista, asistente de cinematografía, representante de ventas, acompañante de RR.PP. Mi cuenta bancaria atraviesa la desnutrición absoluta. He publicado en coautoría “Libro de Estilo de Kanatari” (2004). Tengo mi espacio semanal en Pro & Contra, escribo notas sobre cine en un portal web y administro este blog. Acabo de publicar el libro de crónicas IQT (Remixes). Añoro la asepsia de los aeropuertos y el olor de los aviones. Siempre me estoy yendo, no sé por qué.

martes, 25 de noviembre de 2008

Los malos nunca mueren

Sábado, 6.40 a.m. Un refulgente verde cetrino se apodera de cualquier visión posible. Las maltrechas aceras - destruidas por la ineptitud oficial - denotan el trajín del nuevo día. Las casas empiezan a impregnarse de aromas: café, pescado, humarí y plátanos fritos. Huevo duro y vaso de plástico Basa con mazamorra dulce de arroz. Alguien pasa vendiendo papaya papaya, rica papaya. La FM se inunda de temblorosas vibraciones. El periodista radial más famoso grita a los cuatro vientos la corrupción de los dirigentes del sindicato del hospital regional, pero, además, invita a refrescarse con los ricos chupetes Shambo. No pocos adultos se han quedado pegados a sus sábanas, mirando su huerta, adormilados sobre poltronas y hamacas (estirando y flexionando las piernas), esperando el milagro laboral que el presidente de la república aún no es capaz de concretar. Los motocarristas repasan el lugar con su tubo de escape extraído. Vamos a una pausa comercial y, cuando regresemos, hablaremos con el presidente del Frente de Defensa del Usuario sobre la impotencia sexual en los conductores de transporte público.

A Piraña (27 años, novia conocida, motociclista amateur) la impotencia le importa un carajo. Su color favorito es el amarillo; su oficio, el de vendedor entusiasta de sánguches y – eventualmente – pizzas con mote. Escucha murmullos, voces que se alzan, gritos que provienen del primer piso de su hogar dulce hogar. En las quejas va reconociendo el tono ríspido de la voz de su padre, el sonido de licuadoras, sartenes y ollas, los susurros ahogados del pesar de su madre. Mira su televisor 29 pulgadas, su equipo de sonido última generación japonesa, su guardarropa repleto y la llave de su motocicleta Kawasaki 250cc sobre la mesa de velador, su póster de Uma Thurman imitando a Bruce Lee, traje de Kill Bill. Acomoda su almohada y pronto se vuelve a acostar, pensando que esta noche bailará desatado, sin que le importen las miradas reprobatorias, como si fuera el príncipe del Berimbau.

Jimmy Neutrón (28 años, onanista compulsivo, experto en sistemas informáticos),
hace tres horas despertó con una ansiedad intolerable. Su polo psicodélico/ peziduri está empapado de un sudor rancio, penetrante, desagradable. Durante todo este lapso ha contabilizado 329 ruidos diferentes: chibolos que lloran tomados de las manos de su vieja porque no quieren ir al jardín de la infancia, valsecitos del ayer que deberían estar bajo cinco metros de tierra, la bocina del camión de basura, sus hermanos abriendo y cerrando puertas, patitas de hormigas desplazándose en fila india por el borde de su cama, buscando migajas de pan con leche. Anoche se ha tomado cuatro joncas con sus patas en La Chabelita.
Juanacha, empleada-tutora-guardiana, ha salido a comprar la comida
de la semana. Un colectivo punkeke ha invitado a su banda El Flaco Zegarra
a tocar en el local del SUTEP un par de noches. Tal vez lleguen hoy los e-mail
de sus viejos, ilegales en España. Busca sus anteojos de lunas rajadas. Busca
su discman, se coloca los audífonos, selecciona la canción más bacán de los
grandes éxitos de Leuzemia y continúa envenenando su cerebro con un porro
de marimba.

Papirriqui se cepilla los dientes con diligencia. 28 años, administrador de empresas
de la UPC, karaokista por naturaleza. Toma una ducha tibia y asea su cuerpo
con verdadera devoción. Ha bajado en su Hi5 todas las fotos de 2night, Vive y
las columnas sociales donde lo han retratado el pasado weekend. Seca cuidadosamente
cada extremidad, cada espacio de su anatomía, corta sus uñas, se
coloca un boxer Calvin Klein, zapatitos Bass, jean Guess, polo Gap. El espejo es
mudo testigo de las innumerables muecas y disfuerzos que realiza graciosamente,
ante el aburrido bostezo de Fido, pastor alemán de ojo tuerto que sobrevivió
al ataque de un lagarto negro y un par de emboscadas mafiosas. Le encanta Luís
Miguel, tú, la misma de ayer, la incondicional, la que no espera nadaaaaa...Sus
padres han tenido la delicadeza de dejarle las llaves del Batimóvil junto a una
suculenta propina, cortesía del negocio que ahora maneja con guantes blandos
y experiencia en camino. Eres único, hace parches para que las bebecitas que
conoció ayer se aparezcan y cedan ante el anuncio de una buena faena. El Noa
le entrega su carné de socio Premium, hay ron 2x1 y anoche se hizo una sesión
extra fuerte de máquinas en el gym.

El Sapo, a sus 29 años, despierta sobresaltado. Tuvo un extraño sueño en el que
caía directamente hacia un pozo lleno de jergones, shushupes y mantonas y las
degollaba en varios pasos de animación oriental, con un verduguillo. Suena atronadoramente
la puerta de su precaria casita de material noble a medio terminar,
de la alegre y aún no asfaltada última etapa de Prolongación Trujillo. Su madre
llama insistentemente, esperando le rinda cuentas. Manejar una bodega no es
juego. Reacciona, ya no eres una criatura. Siente que le retumban sus oídos.
Un grupo de borrachos amanecidos reclaman más cerveza. Quisiera tener un
pasaporte y poder viajar a Miami, no volver más. Pero debe salir a encontrarse
con la manchita y su mochila de alumno de Forestales UNAP, con crédito en el
comedor. Se yergue de la tarima/colchón de paja dura; no dice nada. Mira con
ojos penetrantes. Podría ser el rey de las víboras. Sale del cuarto a cambiarse
de ropa, tratar de conseguir algo de aire no viciado y fumarse unos Caribe. En
su billetera yace escondida una foto B/N de su padre, a quien nunca conoció,
aguardando que lo acompañe algún salvador billetito. El ómnibus Etuisa que
hará la ruta más rápida a cualquier lugar se aproxima lenta, cadenciosamente
por la avenida Freyre.

El teléfono celular suena inmediatamente. Es la alarma de mensaje nuevo.

Promoción: Nos vemos x la noche. Fuera hembritas, pero lleva a tu ñaña. P.

Nos encontraremos en el sitio de siempre.

Tú mandas, choche; el carro es tuyo.

*****

11.30 p.m. Jimmy Neutrón me da la bienvenida a la enésima (“esta vez definitiva”)
versión 2.0 de la página web/promoción 1993 del San Agustín, mientras
más amas, más alto subes. Una lluvia torrencial que se prolongó más de lo
debido acaba de cesar. El aire es levemente frío en La Marina; el viento golpea
suavemente la hojalata del Batimóvil. A esta hora ya no doblan las campanas
de la Iglesia Matriz.

Las calles han vuelto a ser una fiesta: muchedumbre agazapada sobre lomos
de 125cc - dos ruedas - masacrando las calles con su trayecto; vampiros ávidos
de sangre y marquesinas cuando el sol se oculta en el horizonte; chicos y chicas
chéveres (con sus respectivos papitos y mamitas); polos cuello piqué, calzoncitos
de encaje, zapatitos de cuero imitación, gárgaras con Listerine, lociones
astringentes, cremas humectantes, colonias after shave, perfumes franceses (de contrabando), afeitadoras Black & Decker, relojes de cuarzo, cadenitas, chaquiras,
pulseritas, joyitas, celulares prepago. Alguien pasa cargando una caja
de cervezas vacías. Otro pasa paleteando a su costilla con la mirada fija en la
galladita. Todos hablan del nuevo video porno casero de una conocida locutora
de televisión, comprimido en formato MPEG, especial para teléfonos móviles. La
gata tiene un pichazo de la concha su madre, cho’.

Hemos huido despavoridos de la recepción de una nueva marca autorizada para
seguir extrayendo, con total impunidad, cantidades industriales de petróleo de
nuestra selva. Full glamour, los mejores trajes y las más relucientes sonrisas, los
asistentes sonriéndote con su blanqueado dental de segunda, diciéndote palabras
soeces políticamente correctas, sirviéndote whisky on the rocks, mientras destruyen
reputaciones ajenas con arrobadora tranquilidad. El buffet regional se ha
acabado. El Dorado Plaza Hotel se me antoja gótico, inmenso, inalcanzable.

¿Quieres saber lo que es estar muerto?

La colección musical del auto es atroz: Arena Hash, Jerry Rivera, Gianmarco,
Flans e Ilegales. Busco algo en la radio. Setenta k-p-h. Un Pikachú - con malaria
– cuelga con su candidez de hule frente a nuestra línea de mira. Una cajetilla
de Marlboro rojo y un encendedor descartable de sol cincuenta sobre el soporte
de la guantera. Prendo un cigarrillo. Me atraganto con la primera pitada, me
arrepiento. No es marihuana, pero yo aún no he aprendido a fumar.

El Batimóvil, Toyota Corolla azul marino cuatro puertas, de aquellos tiempos
nunca idos, se desliza como sedita sobre las calles bombardeadas de Punchana.
El grupo le tiene un camote bárbaro desde aquél Último Año del Resto de Nuestras
Vidas que se convirtió en vehículo oficial asentado en las orillas de la Plaza
de Armas, tomando las cosas con calma. Conducido por el Papirriqui, con más
de diez años a cuestas, su porte y amarras han tomado el consistente aspecto
que brinda la madurez. Hablamos sobre los programas del Club de Xuxa que se
levantaron en Youtube.

-¿Has mirado esas minis? Puta, qué loco, toda changona, se le notaba toda
la raquel, qué rica era.
-Yo me pajeaba cada vez que la veía bailando ilari ilari é, zoc zoc zoc…
-Tramposa, mamona, cómo le haría pelar su ojo al negro Pelé.

(¿Qué será de la vida de Xuxa Meneghel? ¿De sus Paquitas? ¿De su platillo
volador de utilería?)

(Quisiera saber si ella – también- está muerta.)

Sintonizo el disco compacto insertado en el equipo, única contribución decente
del Papirriqui en medio de su apestosa cultura melómana. Suena Eurytmics, en
la voz de Annie Lennox…sweet dreams are made of this. Tarareo con afán decadente
la estrofa que desata el caos…everybody is looking for something…

Jimmy Neutrón, Piraña y el Sapo hacen muecas desesperadas, piden un poco
de piedad. Quieren enfriar la garganta. Atravesamos El Refugio, paraíso de los
infieles. Es un gran lugar para la trampería, el deporte nacional del calentado.

Pero la sola idea de embadurnarme entre espejos con escarcha, decoración de
barcito putón, maduritos llenos de ganas, pelopintados con rollos que se le cuelgan
del abdomen, ilustraciones que te pegan en los ojos con su color, llegar por
una puerta – la principal - y escapar por la otra en caso de amenaza de descubrimiento(conducto que te lleva hacia una puertecilla próxima al lago Moronacocha),al menos por hoy, no me jala a la alcahuetería.

Repasemos el nuevo mundo.

Kaliente, el patrimonio musical de Loreto, toca en el Agrico el anticipo de su
enésimo viaje por el oriente medio (ergo: Tarapoto, Pucallpa, Tingo María). El
Batimóvil hace chirriar sus llantas sobre el estacionamiento improvisado en azul
pastel. El pueblo organizado es por primera vez, colectivo, sincronizado, generoso
y solidario. En medio de todo, pienso que la vida podría ser feliz con tan solo
agachar un poquito la mirada y darse totalmente al sudor-huangana que te abre
de brazos con El Embrujo.

Pero los malos existen.

De pronto, se sienten pasos en la acera de enfrente. Un agudo claxon, una sirena,
el sonido de la invasión de los usurpadores de cuerpos. Todo sucede en cámara
lenta. La imagen de cinco tipitos, pelo al rape, bracitos Popeye, cejas arqueadas
y alma de equipo visitante, nos refrena. Son hijitos de papá, vástagos de
alta alcurnia milica, cachorros de todos los almirantes y generalotes panzones.Pasan por nuestro lado, casi basureándonos, sintiéndose dueños de la pelota,
apestando a colonia Brut y Old Spice. Papirriqui los mira con fuerza y rabia. El
líder enemigo, Cara de Pato, no le baja los ojos. Las visiones son fijas, calientes, demasiado agraviantes como para obviarlas. Por breves instantes, el mundo solo
existe en este diámetro. Jimmy Neutrón se coloca de costado, con los puños
cerrados. Piraña frota sus brazos. El Sapo mete sus manos en los bolsillos
de su pantalón, buscando la chaira. Yo me siento perdido en la línea de fuego.

Cara de Pato croa por un segundo y sigue su camino, al lado de sus esteroídicos
secuaces. Pasan hacia una camioneta 4x4 verde olivo. Papirriqui se coloca en
posición de descanso. Esos conchasumadres, replica el coro polifónico. Hay que
sacarles la mierda. Aceleran con fuerza, con alta velocidad dejan el lugar. El
desafío está planteado.

Hoy iba a ser noche de entierro.


12.45 a.m. Minis apretaditas van y vienen a través de todas las mesas donde se
conversa con carcajadas, repartiendo invitaciones, pases dobles para el Bananas,
el Rica Fa, la Gata Salvaje, clubes putísticos de primera generación. El Arandú,
adornado con murales y cuadros de la época del new wave, vomita a los cuatro
vientos Beautiful Day, de U2, remeciendo mis tímpanos, confundidos ya con la
tonadita cumbiambera que se celebra en un barcito adyacente. Contemplo el río
Amazonas, callado, aburrido, poca cosa, nada-que-nada con aquellas postales
turísticas que nos enseñaban orgullosamente en el colegio. A lo lejos, se prenden
y apagan haces de luz que provienen de la isla de enfrente.

Una niña de piel canela y mirada firme permanece erguida entre las barandillas,
despertando el fuego tropical que –dicen- todos los nacidos bajo esta constelación
llevamos dentro. En medio de una sábana de mosquitos adictos a los faroles
estilo FONCODES que pueblan el lugar, el Boulevard se empieza a vaciar lentamente.

Me quedo contemplando a esta pequeña, casi frágil, de gráciles caderas;
esta niña-mujer bajita, potoncita, de labios carnosos y besables. Me llamo Selva
y este año postulo a Administración en la UNAP, recuerdo que me ha dicho,
erizándome con su vocecita. Yo le ceo, estoy dispuesto a creerle todo con tal que
me mire de ese modo. No me ha dicho que trabaja atendiendo clientes en el Alfil
Mañoso y que su tarifa es exorbitante, pero tampoco me importa. Todo lo que
necesitamos es amor (y un poco de paciencia para acostumbrarse.)

Los payasos realizan sus más divertidas piruetas y sus más obscenos chistes,
mientras el dueño del sencillo - distinguido público presente - se desternilla de
risa, caballero y caballera. Un grupo de viejos verdes, querida incluida, dan vueltas
emulando a Travolta (no al de Saturday night fever sino al de Look who’s
talking), buscando carne tiernita para la faena. Más allá, los chicos berracosos y mashacurenses (pantalones holgados, tabas Walon o Súper Reno, polos del
Lakers, del Alianza, del CE Maynas, mirada que quiere ser mala pero solo
es fintera) buscan hacerse de un lugar justo en la esquina, donde ahuyentarán
a los pavazos y afanarán a las hembritas, sí cuñau, y al que no le guste,
golpe nomás. Alguien pasa caleta un paquete de merca y el Serenazgo se
hace, sin mucho aspaviento, de impecable vista gorda. Los maromeros, hippies,
bricheros y maperos, amazon boys de toda laya, expertos en el arte de cazar
gringas y gorditos disforzados se encaraman bajo un enorme cuadrado, que
busca ubicar las dimensiones en las cuales los extranjeros tengan un retrato
perfecto del imaginario local. Saltan bolas de fuego, se menean cuchillos
afilados, desafían la gravedad los palitroques que se esconden debajo de las
faldas de las gitanas que no usan calzón. En un área especial, digamos VIP, los
pecho/surfer, pituquitos del SA y el Col FAP se alucinan de última, andan en
mancha, conversando con las chicas más nice (Fátima para arriba), haciendo
hora para terminar en la UPI o algo de ese level. No podían faltar, como una
visión psicodélica y artificial difícil de no percibir, los chivitos que hacen hora,
ay no, juegan entre ellos, destacan por sus grititos y risitas ahogadas, amigo,
qué guapo eres. Los niños abandonados, las madres gestantes, los pirañitas,
las mujeres con síndrome de Down, los aquejados por la hemiplejia, los que a
duras penas se mueven con muletas, todos ellos, sin el menor rubor, procuran
conquistar nuestros corazones solidarios y tercermundistas. El Cortadito, un
tipo como de treinta años, sin brazos ni piernas, hace piruetas en una esquina
del Boulevard. Sus pasos de break dance son seguidos alegremente al son de
una tonadita tocada por un chibolo pifanero, su lazarillo. Yo tengo un novio, yo
tengo un novio que me lleva a la bahía, que me dice vida mía, que me dice qué
calor, larí, larí, lará.

De pronto, un grupo de mujeres impresionantes, ceñidas sobre llamativos vestidos,
empapadas de rouge, Must de Cartier y malicia generan el giro total de
miradas hacia sus fastos. Las malas lenguas dicen que son de la vida fácil, dicen
que trabajan en conocidos night club, dicen que no hay hombre que se les resista,
dicen que son de Colombia y del Brasil, dicen que han trabajado en la novela
Latin Lover (producida por la Playboy INC.), dicen que sus tarifas son inalcanzables
para pobres gentes de diario. Beatriz me aconseja una larga travesía.

Pero Beatriz es hincha del rouge, diosa de piel canela, de largas piernas, de ojos
como la miel más intensa, que te seduce por 120 dólares en la jaula de castigos
del Alfil Mañoso. Mientras ellas coquetean con un moreno que les habla con
contagiante portuñol, yo recibo de una patita de cola de caballo y cadenaza de
oro 24 kilates (acompañante-manager-caficho) una tarjeta con número celular
e i-meil sugerente: rakita@hotmail.com.


-El Adonis ya ha abierto – Jimmy Neutrón al habla, con cara de pendejo.
-Va a ser muy de ambiente gay, bien mujeres como tú van a ir- Piraña
contesta, con cara de sueño.

Nos han llenado de jarras de cerveza en el Berimbau, discoteca straight de
espíritu merenguero. En La Parranda (objeto de culto más importante de la música
local) Tran-C ha saludado atentamente a toda la manchita. Marko Heysen,
maldito-apretadito-ceñido-estrellita-constante-del-folclore-local (buenos años
vividos, pancita chelera y onda de galán de barrio), sazonadazo con su whisky,
entona una canción de Maná al mismo estilo de Sting. Las mujeres de treinta
para arriba, repletas de maquillaje y un tipo frío/aburrido (un tonto que es un
reprimido), suspiran por un buen polvo estelar.

En nuestro camino, nos tomamos unos tragos saca-roncha en el Musmuqui (no
mezclar caipirinha con algarrobina, sano consejo para el sistema digestivo),
hemos caído dentro del glamour intelectual en forma de tambo del Nikoro, nos
hemos sumergido en la decadencia amorosa de La Gota Fría (homenaje en vida
- y madera - a Carlos Vives y las parejas que hacen de las suyas en el puente que
conecta las plazas Castilla y Clavero). El olor a creolina predomina en el Arde
Papi, el Copacabana, el Anubis. El Ritmo de la Noche se cierra y abre como por
encanto de magia. El Antrito nos ha recibido con un decorado de lujo y mal gusto,
más su discoteca oficial, Virus. La señal de alerta se enciende. La 4x4 verde
olivo atraviesa raudamente, tocando la bocina estruendosamente, zigzagueando
nuestro destino, desconcentrando al Papirriqui, buscando minarlo psicológicamente.
Antes de que nos demos cuenta, el enemigo ya se ha perdido en medio de
la amplia maraña de la avenida 28 de Julio. Cara de Pato vuelve el cuerpo hacia
el Batimóvil. Persigámoslos.

No hay prisa, chochera, legal, suave camay.

El Batimóvil acelera con sazón tropical.


3.14 a.m. Fast forward.

El barman sirve una ronda adicional de tragos. Bebo cerveza. Lo hago sin prisa,
con seguridad y decisión. Un grupo de socialites de medio pelo que salen en la
edición de Conexión Farándula miran sorprendidos mi aspecto de chibolo en
plan de fuga. Probablemente hablan mal de mí. Rajan. Se creen demasiado ricos
y bonitos como para demostrar que les importe que mis amigos y yo estemos
haciendo la coreografía dentro de ese foco infeccioso de chismografía barata.

La plataforma desde la cual los DJ lanzan la música empieza a subir y bajar
(mismo platillo volador del Club de Xuxa ¿manyas?). La pista de baile oscila
entre el rojo pasión y el lila atenuado. A lo lejos, la pantalla gigante circular
pasa un video yala de Bosé con la Torroja en mute. Suena por los parlantes una
canción de Olga Tañón.

El Noa ha sido y es el punto de encuentro del stablishment. Y era - alguna vez,
tiempo pasado - un gran lugar para vivir. Ahora se encuentra repleto. A pesar de
no ser un local que llamaríamos popular, hace que uno siempre quiera estar aquí.
Es el look, dicen unos. Es la gente, dicen otros. Los patas se mueven sin brújula,
las chicas tratan de parecer matadoras, todos buscan colocarse en medio de la
pista de baile y brillar por una noche, más que la esfera giratoria que da vueltas
sobre nuestras cabezas. Papirriqui se encuentra bailando con una chibola de
hartas ganas por atinar. Piraña habla con un grupo de tíos medio viejones, tres
promociones antes que nosotros. El Sapo y Jimmy Neutrón miran a la pista de
baile con cara de me-llega-al-pincho-todo. Subo al segundo piso. Encuentro en
una mesa a mis amigos Ítalo, Carlo, Paola, Mariela, el bueno de Giovanni y su
amiga, una brasileña que lleva aretes de plata quemada que le cuelgan hasta los
hombros y un escote muy pronunciado. Carlo le agarra las tetas de cuando en
cuando. Ella no dice nada, solo bebe del pico de su botella.

Minutos después, en una sesión electrónica con Safri Dúo, Giovanni nos llama
para ir un rato a los baños. Caleta nomás, sin mucho aspaviento, que no se den
cuenta las chibolas. Carlo, Ítalo, el Piraña, yo. Giovanni se percata de que no
haya nadie más, cierra la puerta y nos mira con sonrisa cachacienta. ¿Polvo o
Viaje? Inmediatamente saca la merca. Carlo pregunta si se la dio Kikibá; estás
chocando conmigo, gordo, el huevón solo consigue de la buena, recién decomisadita
de un laboratorio que descubrió la DEA por aquí nomás, no sé dónde, pero
así me dijo el Negro. Si es de Kikibá, hay garantía, cho’. Esto no se ve todos los
días, de primera, recién salidito de la plancha, calidad, ¿ves, gordito? de primera
¿qué dicen? baratieri nomás, solo porque son ustedes.

Veinticinco lucas el paco. Eso marca en los más altos círculos, toditos los empresarios y algunos patas conociditos del medio consumen de ésta. Pureza, bróder.
Papelitos se tranzan de mano en mano. Denme 100 lucas y les doy cinco, así son
los patas. ¿Seis? Puta, no te pases, mejor dime que les regale. Ya. No jodan, denme
80 y les doy todo. Después me van a tener que invitar una ronda de tequilas.
Tocan la puerta con fuerza. Giovanni seca el soporte del lavatorio con su camisa, prepara rápidamente tres líneas blancas pequeñas. Saca de su billetera un papel,
prepara un canuto fugaz. Pum. Directamente a las fosas nasales. Luego de
él, Carlo, Piraña, Ítalo. Giovanni estampa su cara junto a la mía, blandiendo el
polvo sobre mis ojos, buscando convencerme, enjoy the party, baby. Observo su
cara sonriente. No/Paso, digo, desentonando casi de inmediato. No seas huevón,
pues, o me vas a decir que nunca has cuchareado, puta, si aquí todos lo hacen,
este es el templo de la Blanquita. Carlo y el Piraña se cagan de risa. Me miro en
el espejo y salgo. Ítalo parece no escuchar nada. La luz es demasiado fúnebre en
esta parte del planeta.

Entre trago y baile (he consumido tres piezas de dance, una de vallenato, una
larga de quince minutos de puro rock de los ochenta y hasta una lenteja de los
Hombres G) llegamos a las cuatro. De un momento a otro, escucho gritos, ruidos
de gente, muchedumbre que se agolpa en el segundo piso.

Es el Papirriqui, me dice Jimmy Neutrón.

Las chiquillas gritan, los gorilas de seguridad corren a su encuentro. La imagen
es distorsionada: Papirriqui agarrando del cuello al Cara de Pato, metiéndole
un tabazo en todo su abdomen, esquivando un par de botellas que le envían los
Popeyes, conectando un puño de acero sobre dos. El escándalo es mayúsculo. Ya
el Sapo se ha colocado en medio de ellos y reparte combo. Piraña ensaya unas
patadas de tae kwon do. Los Popeyes han sido neutralizados. Le gente forma una
barrera de contención. Los 911 maniatan a Cara de Pato. Papirriqui solo sonríe,
cachaciento. Grita nuevamente y se abalanza sobre el enemigo, que se pone en
guardia. Jimmy Neutrón y yo lo sujetamos. La gente empieza a gritar de todo:
lárguense hijos de puta, váyanse a abusar de su madre, cabrones, marineritos
maricones, fuera, fuera, mierdas que se creen porque tienen armas pueden hacer
lo que les da la gana. El Noa se ha convertido en escenario de protesta contra
los institutos castrenses. Cara de Pato, magullado y con las mejillas ardidas, mira
con odio a Papirriqui. Ya te cagaste, concha tu madre. Papirriqui le manda un
besito volado. Los Popeyes tienen que salir derrotados, hechos papilla. Toman su
4x4, amenazando a la disco y a todos los que se cruzan. La gente aplaude, abrazan
al Papirriqui, le dan abracitos, le hacen ojitos. Una botella de whisky corre
por cortesía de la casa. Vuelve a sonar la música, Shakira, Shakira.


5.40 a.m. Hallamos la puerta de la calle. Papirriqui sale con la botella de whisky
en una mano y un vaso a medio llenar en la otra. Los patas de la puerta lo
saludan y recomiendan un buen telo. Él menea la cabeza, se abraza con todo el
mundo y les da besitos a todas las chicas que quieran un momento con el héroe
del día. Entramos al Batimóvil. Hay un grupo de carros, algunas motos, varios
motocarros estacionados. También hay chibolos que venden chicles, cigarrillos,
caramelos, jebe, chochera. Papirriqui le da algo de dinero al cuidador, un flaco
con cara de fumón bravo y le invita un sorbo de whisky. Buena, Papirriqui. Yo
cierro mi ventana. Jimmy Neutrón y Piraña hablan por los codos. Enciende el
carro, la radio conduce hasta Rod Stewart; young hurts be free tonight/ time is
on your side.

Vamos por la Plaza de Armas. El Ari’s ya cerró. Terminamos en Alfonso Ugarte,
tomando caldo de gallina regional. Está clareando; más tarde toca Explosión
en el Complejo. ¿Ahí estaremos? pregunta, dubitativo y borracho, El Sapo. ¡Ahí
estaremos! respondo, decidido. De un ómnibus Etuisa se escucha la Hora Inca
Kola, cu-cu, cu-cu.

Seguimos por la Avenida Quiñones. El día es espléndido, soleado. Las calles
duermen. Pero la visión del momento es aún más espléndida. A trescientos metros,
en bajada, la 4x4 verde olivo se encuentra en medio de la pista, esperando
en automático. Silencio. Nos acercamos; 250, 200 metros de distancia. Sí, son
ellos, los Popeyes, listos para cobrarse la revancha; esperando el momento ideal
para chancarnos con su maquina aceitada y nipilita. Al final de la calle, un viaje
de terror, un maldito infierno que seguro iría a despertar a las buenas gentes que
aún duermen plácidamente. Más silencio.

-Puta madre, que cagadas son estos huevones ¿Por qué no se mueren de
una vez? – rompe el momento Jimmy Neutrón.

En ese momento entendimos todo. Teníamos la santa ira adherida a los huesos.

Nos habíamos metido dentro de un torbellino que nunca iba a detenerse. Pero
era justo seguir. No había tiempo de pensar en la eternidad del camino; solo iniciar
la cruzada, dejar la senda marcada y demostrar que no pueden venirnos con
vainas. La casa se respeta, conchasumadres. Seguimos. 150, 125, 100 metros.
Cara de Pato adelante, esperando con iris dilatadas, palos, alguna que otra arma
blanca, ojalá que no algún chimpún, estos maricones son así de traicioneros. Los
Popeyes en estado de alerta máxima. Nadie más en el escenario. Drama.

-¿Le damos, choches?
-Dale, Papirriqui, huón’, dale nomás…

La botella de whisky no se iba a mover de su espacio. Papirriqui aceleró totalmente,
con nuestros gritos guerreros, de locos del volante y defensores de la integridad
territorial a todo pulmón. Los malos nunca mueren, pero tampoco iban
a triunfar. Con el vaso aún en su mano, impecablemente, Papirriquí se acercó
al límite del instante. 75, 50, 25 metros. Casi pudimos ver la cara de terror de
Cara de Pato. Pum. Limpio. El capó del majestuoso Batimóvil había embestido
con precisión y perfección sobre el lomo verde olivo del 4x4. El choque fue seco,
rápido, contundente. El decibelímetro marcó 120.

Muy pronto se iban a escuchar más sonidos, puertas que se abrían y cerraban,
los Popeyes maldiciendo por doquier, sonidos, ambulancias y nuestras risas más
estruendosas desperdigándose a 100 k-p-h a través del espléndido paisaje matutino
de la carretera hacia Nauta.

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